Elda Harrington


Detrás de tus pensamientos y sentimientos, hermano,
está un poderoso amo, un sabio ignoto que se llama
el propio ser. Mora en tu cuerpo. Es tu cuerpo.
Federico Niezstche


La palabra desnudo significa falto de ropa o desvestido. La presión cultural termina relegando a lo que es, es decir a una persona tal cuál es, otorgándole la falta de cierto recato o hasta la indecencia.
El estar despojado de lo que cubre o adorna se convierte en la primera razón. La naturaleza se encuentra perdida en su envoltura social. En ese sentido, el desnudo va en busca de la identidad.
Se aparta de la vergüenza y del pecado para justificarse a sí mismo.

Los fotógrafos siempre practicaron el desnudo, sobre todo el femenino. Se pasó de lo pecaminoso a lo estético, del tabú a la naturalidad, de la sexualidad a las formas y al estudio de los volúmenes, las luces y las sombras. El cuerpo humano fue adquiriendo mayor presencia y se convirtió en tema fotográfico habitual.

En las últimas décadas se acentuó la ruptura de las convenciones con una mayor permisividad en los autores y autoras y en los espectadores. Aunque siguen las protestas de algunos pacatos con los siglos confundidos, hoy los límites están dados por las personas que toman las fotografías. Lo que antes era una provocación hoy sólo es una constatación.
Lo obsceno queda en la pornografía, en la vulgaridad del sexo grosero. Hoy que la moda es transparente, la fotografía solo refleja una asunción del cuerpo y la transmite cada vez con mayor frecuencia.
La fotografía argentina no es ajena a esas circunstancias; en ella el desnudo tuvo sus cultores.
Desde algún desnudo de Fernando Paillet a los de Pablo Caldarella, Isidoro Kiztler, Annemarie Heinrich o Grete Stern, por mencionar solo algunos nombres clásicos entre los muchos que nos hemos dedicado al tema.

Es recién en la década del ochenta cuando el retorno a la democracia con la consecuente libertad, el abandono de censuras y autocensuras provocaron otro panorama en las imágenes y el desnudo se incorporó masivamente en la iconografía fotográfica, cumpliendo así con lo que afirma Victoria Sendon de León cuando dice que “La recuperación de una ética no represora se realizará en la estética”, pues “recuperar el cuerpo es destruir las fórmulas”.

Dentro de este último contexto ubicamos a las fotografías de Elda Harrington, que a través de sus texturas, de la persecución de formas y volúmenes va buscando una nueva geografía y una verdadera recorrida por su mundo interno. El desnudo funciona como un espejo que le ayuda en la búsqueda de definiciones personales. Si toda imagen es producto de la imaginación del fotógrafo, en las de Elda advertimos las diferencias que encuentra entre el imaginario femenino y el masculino.
Ambos tienen la desnudez como objeto y algo de misterio develado; sin embargo los desnudos masculinos se afirman de manera rotunda a través del volumen, de los relieves provocados por luces y sombras, diríamos que asumen el riesgo de la verdad.

Sus modelos están bien plantados en el mundo, asumen cierto erotismo muy sutil y no demandan otra verdad más que aquella que los hace diferenciarse de las reglas, de lo vestido. Los femeninos en cambio, siguen en la lucha por afirmarse. El erotismo no tiene cabida en ellos y ejemplifican una situación más crítica, en la que la reivindicación es todavía conflictuada. En ellos los mantos actúan como velos o como defensa. Sus mujeres se muestran descarnadamente, luchando por su independencia. Quizá espejo de una situación mas generalizada, las fotos de Elda van en busca de una afirmación y utilizan al conflicto como motivo estético.

Así las modelos y los modelos -los referentes- son el pretexto de donde surge una imaginería personal, con una fuerza propia.

La expresividad predomina en sus fotografías y este imaginario termina convirtiéndose en una metáfora de su búsqueda interior, lo que por otra parte siempre sucede con las buenas expresiones fotográficas.

Alicia D’Amico
1995